
Por: Alberto Carvajalino Slaghekke
Al iniciar el segundo semestre del 2020 muchas universidades evidenciaron una importante baja en sus matrículas motivada en muchos casos por los efectos económicos de la pandemia, pero también por el quiebre de las pedagogías clásicas en el nuevo contexto de la virtualidad.
En el campo de la educación superior nos vimos sorprendidos por la obligatoriedad de desarrollar la transmisión y construcción de saberes a través del uso intensivo de las TIC. Descubrimos que un porcentaje importante de los profesores no poseían las competencias adecuadas para ese nuevo escenario, lo cual se evidenció en su interactuar con verdaderos nativos digitales como son los jóvenes que hoy se encuentran en la universidad. Resultó evidente que se necesitaba mucho más que la destreza de implementar OVA´s, recomendar portales y facilitar PDF´s, pero también, que la clase magistral como metodología para desarrollar un syllabus resultaba absolutamente anacrónico en este escenario. En estas nuevas circunstancias, el desarrollo de los programas académicos provocó en muchos casos aburrimiento, desilusión, tedio y como consecuencia, muchos estudiantes optaron por aplazar el siguiente semestre o retirarse, impactando la estabilidad y sustentabilidad de algunas universidades.
Hoy estamos en un proceso de retomar las clases presenciales en alternancia, pero la amenaza del virus sigue latente hasta tanto la población sea vacunada o se alcance la inmunidad de rebaño. En ese lapso podemos volver a situaciones de cuarentena e incertidumbre y lo cierto es que no podemos reciclar los errores cometidos en este período de aprendizaje en el que estamos todos inmersos.
Algunas sugerencias estarían encaminadas en primera instancia al aprovechamiento de las experticias naturales en los jóvenes con respecto a la utilización de los aparatos tecnológicos que ellos en su mayoría poseen, para enfocarlos en su proceso formativo. Paralelo a lo anterior, se deben desarrollar planes de mejoramiento docente en dos direcciones: la adquisición de habilidades en la utilización de TIC en escenarios de virtualidad y en el desarrollo de estrategias pedagógicas como la clase inversa (para mencionar solo una de ellas), así como enfatizar la educación híbrida. Este tipo de educación híbrida nos genera una oportunidad enorme si el Estado se involucra decididamente en trabajar sobre el eje crítico de la brecha de acceso a internet, en donde el 38% de la población se encuentra rezagada. Es un imperativo cerrarla, desarrollar habilidades en este contexto y que las mismas sean apropiadas por el sistema educativo, ello de acuerdo con la UNESCO, nos volverá una sociedad más resiliente, con centros de educación más autónomos y la posibilidad cierta de desarrollar una educación distinta.
En ese escenario se abren además nuevos nichos de mercado para las universidades, en la medida en que esa curva de aprendizaje en el nuevo contexto puede ser benéfica para el segmento de profesionales que se encuentren laborando. El aprovechar el micro aprendizaje para el refuerzo de desarrollos específicos constituye la base de dicho proceso. Dicha estrategia se desarrolla abordando la sumatoria de los aprendizajes generados de formas más amplias, a partir de cursos de extensión, especializaciones y maestrías en modalidad inhouse para impactar la competitividad de las organizaciones empresariales. Otra de las ventajas más notorias de este nuevo contexto es la posibilidad de reforzar los lazos de la cooperación internacional de tal manera que la internacionalización del aula de clase provea a los estudiantes la posibilidad de interactuar con profesores y estudiantes extranjeros, impactando la multiculturalidad. Las posibilidades que ha obligado este tiempo de pandemia a explorar son tantas y diversas, como específicas sean las necesidades de educación y perfeccionamiento demandadas.
El Covid-19 nos ha enseñado en carne propia el poder de la incertidumbre sobre todas las dimensiones de la expresión humana y lo cierto es que la educación como estrategia multidimensional nos brinda la posibilidad de encontrar alternativas para minimizar su impacto y en ese sentido los actores del sector de la educación deben entender que debemos repensar el papel de ella en la preservación de aquello que denominamos normalidad, como expresión de nuestra civilidad y humanidad.
- El autor es economista de profesión egresado del Externado de Colombia. PhD(c) en Ciencias Sociales Universidad de Salamanca (España). Con amplia experiencia en el sector de la educación en cargos como Decano, Vicerrector y Rector de Instituciones de Educación Superior.